Doscientos por hora, a toda hostia, no quiero enterarme de lo que pasa alrededor. Pero de repente aparece alguien que te dice que aflojes, y cuando aflojas, te das cuenta de las cosas. De ese trofeo que está ahí en esa estantería, de que ahora mismo está sonando tu canción favorita o de que hoy es martes 13.
Pero a las cosas buenas siempre les llega su fin aunque hayas jurado amor eterno. Y por mucho que ella diga que estará mejor con ese de algo estoy seguro. No podrá quererla como la quería yo, no podrá adorarla de ese modo, no sabrá advertir hasta el menor de sus dulces movimientos, de aquellos gestos imperceptibles de su cara. Es como si sólo a mí se me hubiera sido concedida la facultad de ver, de conocer el verdadero sabor de sus besos, el color real de sus ojos. Nadie podrá ver nunca lo que yo he visto. Y él menos que ninguno. Él, incapaz de amarle, incapaz de verle verdaderamente, de entenderla, de respetarla. Él no se divertirá con esos tiernos caprichos.
Es hora de volver a casa. Es hora de volver a empezar, lentamente, sin dar demasiadas sacudidas al motor. Sin darle demasiadas vueltas. Con una única pregunta: ¿Volveré a estar alguna vez allí arriba, en ese lugar tan difícil de alcanzar? Allí, donde todo resulta más hermoso. Desgraciadamente, en ese mismo instante, uno sabe ya la respuesta.
Y es ahí, justo en ese momento, cuando te das cuenta de que ya nada será igual, y de que ya nunca volverás a estar.....a tres metros sobre el cielo ..
Doscientos por hora, a toda hostia, no quiero enterarme de lo que pasa alrededor. Pero de repente aparece alguien que te dice que aflojes, y cuando aflojas, te das cuenta de las cosas. De ese trofeo que está ahí en esa estantería, de que ahora mismo está sonando tu canción favorita o de que hoy es martes 13.
ResponderEliminarPero a las cosas buenas siempre les llega su fin aunque hayas jurado amor eterno. Y por mucho que ella diga que estará mejor con ese de algo estoy seguro.
No podrá quererla como la quería yo, no podrá adorarla de ese modo, no sabrá advertir hasta el menor de sus dulces movimientos, de aquellos gestos imperceptibles de su cara.
Es como si sólo a mí se me hubiera sido concedida la facultad de ver, de conocer el verdadero sabor de sus besos, el color real de sus ojos. Nadie podrá ver nunca lo que yo he visto. Y él menos que ninguno. Él, incapaz de amarle, incapaz de verle verdaderamente, de entenderla, de respetarla. Él no se divertirá con esos tiernos caprichos.
Es hora de volver a casa. Es hora de volver a empezar, lentamente, sin dar demasiadas sacudidas al motor. Sin darle demasiadas vueltas. Con una única pregunta: ¿Volveré a estar alguna vez allí arriba, en ese lugar tan difícil de alcanzar? Allí, donde todo resulta más hermoso. Desgraciadamente, en ese mismo instante, uno sabe ya la respuesta.
Y es ahí, justo en ese momento, cuando te das cuenta de que ya nada será igual, y de que ya nunca volverás a estar.....a tres metros sobre el cielo ..